Las Bacterias que viven dentro de nosotros

Al parecer , existe un complejo ecosistema dentro de nosotros que alberga una fantástica diversidad de vida, de la cual, muy poca pertenece a nuestra especie. Los microbiólogos han hecho algunos avances sorprendentes que revelan este lado oculto de nuestro interior humano. ¿Qué se puede decir de las bacterias que viven dentro de nosotros?

Las Bacterias que viven dentro de nosotros

Los estudios dicen que hay alrededor de 100 billones de organismos que viven en el intestino, bacterias que viven dentro de nosotros. Todos juntos, serían del tamaño de una pelota de fútbol, y analizando su composición, superan en mucho nuestro número de células y genes. Un dato que nos informa que hay una gran cantidad de nosotros que no somos, por así decirlo, nosotros.

Un periodista del periódico británico “The Guardian”, Andrew Anthony, ha ido al Instituto de Biociencias de Cork en Irlanda para analizar el contenido de su intestino con el profesor Paul O’Toole. Este instituto es uno de los centros líderes en Europa para el estudio de lo que ahora se conoce como microbioma. Estos organismos siempre se han visto por sus aspectos parasitarios o patógenos. O, por el nivel de amenaza directa que pueden tener para su anfitrión.

Hoy en día este vasto ejército de microbios se ve como un componente vital para proporcionar y mantener la salud humana. Tal es la importancia del microbioma que ahora los científicos lo ven como un órgano separado con su propia actividad metabólica dinámica.

Paul O’Toole coordinó un estudio que tenía como objetivo ayudar a la industria alimentaria irlandesa a desarrollar productos alimenticios para personas mayores. Para hacer eso, necesitaban una base de conocimientos de la microbiota intestinal. Desde ese momento, comenzó a examinar cómo afecta la dieta a la microbiota de la población anciana de Irlanda.

El investigador estaba buscando encontrar maneras de matar los enemigos bacterianos cuando se anunció el descubrimiento de los Probióticos. Este tipo de organismos se suponen buenos para los humanos, y, comercialmente se han decantado en cápsulas y yogures y se han anunciado al público como “bacterias amistosas”. Pero se descubrió que estos no se podían estudiar eficazmente y de forma aislada porque sus beneficios a menudo eran indirectos. Lo que le ha llevado a constatar que tenía que estudiar todo los tipos de bacterias presentes en la flora intestinal.

El estudio de la microbiota de Andrew se analizó su nivel de phylum, de la cual observó, estaba dominada por dos tipos: firmicutes y bacteroidetes, algo común en los humanos. La dieta occidental, con la que tendemos a referirnos a la dieta norteamericana, es rica en grasas y proteínas. Dentro de esta dieta, los bacteroidetes suelen representar más del 55% de la microbiota intestinal y, a veces, en la propia América del Norte, hasta el 80%. En Europa, las cifras medias varían de un país a otro. En mi caso tenía el 34%.

Concluye en que lo opuesto a una dieta norteamericana es una “dieta natural”. El lo justifica diciendo que “Nuestros antecedentes en las llanuras de África no estaban comiendo hamburguesas”…”Estaban corriendo comiendo alimentos vegetales y hojas y ocasionalmente comiéndose una ardilla si tenían suerte”.

En una dieta basada en plantas, la microbiota se inclina a favor del otro filo importante, los firmicutes. Algunos de los carbohidratos complejos de las plantas no pueden ser digeridos solo por nuestro cuerpo. Tienen que ser descompuestos por la microbiota intestinal, que produce enzimas para cortar las cadenas largas y fermentarlas en ácidos grasos de cadena corta como el butirato, que es producido exclusivamente por bacterias, acetato y propionato.

Estos ácidos grasos son beneficiosos para el organismo. El butirato, por ejemplo, proporciona una fuente de energía a la que las células que recubren nuestros intestinos pueden acceder directamente. También controla la proliferación de células en el intestino y se cree que posee propiedades anticancerígenas. Todo lo cual significaba que su puntaje de 51% firmicutes era un signo saludable.

Ofreciendo una visión más detallada de la composición microbiana de Andrew, las buenas noticias continuaron. Tenía tres veces más de roseburia productora de butirato. Muchas más lachnospira de lo normal, organismo que degrada las pectinas y fermenta las fibras dietéticas. En particular, sus altos niveles de natranaerobius, un género de bacterias que prosperan en ambientes con alto contenido de sal y muy alcalinos le llevaron a afirmar que había muy poca evidencia de comer carne. Lo que Andrew confirmó llevando ya 30 años sin comer carne.

Andrew se entusiasmó con el análisis predictivo de la dieta de Paul, pero se preguntaba sobre la utilidad de confirmar lo que come una persona. Explica que se han establecido vínculos importantes entre la microbiota intestinal y la inflamación, la sarcopenia y la función cognitiva. Y, que, con este tipo de análisis, puede probablemente adivinar cuáles son sus parámetros inflamatorios”.

El nivel de inflamación significa qué tan activado está su sistema inmunológico. En las personas mayores, el sistema inmunológico normalmente está encendido y eso no es bueno, porque si está encendido, cuando contraen una gripe invernal, todas sus energías se gastan en perseguir fantasmas. Sería necesario, por tanto, reducir la inflamación.

La sarcopenia significa pérdida de masa muscular. Sucede a medida que envejecemos porque el cuerpo se vuelve menos eficiente para convertir las proteínas en músculo, razón por la cual las personas mayores necesitan tener más proteínas. El experto afirma que que el estrechamiento de las bacterias intestinales en las personas mayores hace que el intestino sea menos eficiente para absorber proteínas.

Aquello que se encuentra relacionado directamente con el intestino es la función cognitiva. Nuestros intestinos responden de forma aguda a los cambios en nuestras emociones y estados mentales. Pero es una calle de doble sentido: los estudios sugieren que nuestro cerebro y nuestras emociones también son sensibles a lo que sucede en nuestras entrañas. Esta función cognitiva solo disminuye lentamente a medida que envejecemos, pero en algunos casos puede acelerarse rápidamente. En enfermedades como el Alzheimer y la demencia senil se observa el deterioro cognitivo rápido. Y esta condición podría verse afectada por compuestos producidos por bacterias. Las bacterias producen sustancias químicas que son análogas a los transmisores humanos normales. Paul espera que estos estudios puedan ayudar a encontrar soluciones para mejorar la capacidad de las personas mayores para procesar datos.

Todos estos problemas tienen en común, especialmente entre los ancianos, el estrechamiento de la microbiota intestinal que, a su vez, suele ser el resultado de un estrechamiento de la dieta.

El uso de antibióticos pueden tener un impacto en nuestro desarrollo. O’Toole dice Andrew que un estudio sugiere que el uso repetido de antibióticos inclina la microbiota hacia la obesidad. De hecho, hay muchos estudios en todo el mundo señalan conexiones entre la microbiota y enfermedades y quejas tan diversas como síndrome del intestino irritable, enfermedad inflamatoria intestinal, diabetes tipo 2, Parkinson, Alzheimer, autismo, depresión. así como enfermedades cardiovasculares y cáncer de colon.

Aunque este sea un estudio reciente, y que mucho puede ser considerado especulativo, el concepto no deja de ser bastante sólido. A estas alturas, la comunidad científica no lo toma todavía mucho en serio y los profesionales médicos no se apresuran en producir especialistas en microbiomas para sugerir “dietas de recuperación”.

Por estos momentos, el profesor está llevando el estudio analizando las bacterias que desaparecen de la microbiota de personas mayores. Hecho que le preocupa porque implica a que estas bacterias benignas no se puedan recuperar con un cambio de dieta. Sin embargo, existen estudios que apuntan resultados alentadores, basados en el trasplante de microbiota fecal. Pero los resultados de estos procedimientos ayudaron ya a prevenir la ulceración del colon y es caso para recordar la vieja Ley de Lavoisier: “Nada se pierde, todo se transforma”.

Fuente: The Guardian

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